Cuando
H.R. Giger plasmó con sus aerógrafos la 'criatura' creo que no soñó jamás la dimensión que podría llegar a tener su 'Alien'. Después de que Ridley Scott rodara 'Alien, el octavo pasajero' (1979), dudo mucho que fuese consciente del mundo que estaba
a punto de parir en la pantalla. Lo que ya conocemos como saga, ha dado para
secuelas, precuelas e incluso 'spin off' (Alien vs Predator -2004, 2007-, bastante irregulares y artificiosas). Eso
plantea un problema. Si bien su primer título, Alien, el octavo pasajero, puede
verse como un título independiente y es de donde salen todas las demás secuelas, las
consiguientes secuelas y precuelas dependen tanto de esta como de las
consiguientes para ser entendidas a plenitud.
Directamente,
antes de sentarse uno a ver 'Alien: Covenant', hay que prestar más atención a su
antecesora, Prometeus, que habló de una civilización y unos
"arquitectos" de los que se trató poco y en esta continuación se
habla menos, sólo se sugiere. En el lenguaje cinematográfico, no hay nada más
elocuente y fotográfico que la sugerencia. Aquí en esta película hay un
instante de sugerencia y es precisamente cuando se hace un pequeño guiño a esa
civilización adoradora de esos "arquitectos" y en el resto es todo un
fuego de artificio, efectista, entretenido y donde se desarrolla una historia
que no cuenta nada nuevo, salvo la excepción del guiño que a buen seguro
desentrañará sobre esa saga de "arquitectos" en una última entrega que enlace cuasi directamente con 'el octavo pasajero'.
La
película comienza con un ritmo que recuerda mucho a Prometeus (2012). Una tripulación,
una misión hacia un planeta, unos inconvenientes que hacen cambiar de planes,
el nudo y el desenlace. Previsible, son muchos títulos ya. Salvo que esta vez
cuenta con Michael Fassbender en el papel de un androide que juega a ser Dios y
decide sobre el exterminio de las civilizaciones que no le resultan modelos de
perfección. Quiere emular, perfeccionar y superar a su creador. En su lucha por llevar a cabo sus planes, se desarrolla el grueso
de lo interesante que hay en esta película. Quizá, oficialmente, esta sería la
crónica más relevante. Y quizá esto
sea así porque pesan demasiado en la carrera del realizador obras maestras como
Blade Runner (1982) o Thelma & Louise (1991), por poner sólo un par de ejemplos, o la propia 'Alien, el octavo pasajero'. Es
difícil que se den las condiciones idóneas para hacer obras maestras por
doquier, de los errores es de donde se aprenden las mejores lecciones, y de eso
precisamente puede dar fe la larga trayectoria de luces y sombras de Ridley.
Viendo
esta película como una producción ajena a las demás de la saga, habría que
decir en su favor la apuesta renovada, hábil, efectista y entretenida del
realizador británico. La historia parece que carece de matices en un principio
y, de hecho, sacrifica lo racional por una apuesta más lúdica. También se vale
de esa realización más febril de los primeros tiempos y mantiene un tono de
tensión que está a la altura de los demás títulos alienígenas. Aunque carece de
reflexión, excepto en esos instantes en los que, como sugerí al principio,
apunta a esa estirpe de poderosos creadores llamados "arquitectos" y
el modo cómo afronta el androide que posee ese don del libre albedrío para
desear mejorar a su creador y construir a la criatura perfecta, hace apunte de libre interpretación respecto al
conjunto de toda la saga. En su conjunto el espectador no va a ver nada nuevo,
pero poco de nuevo puede mostrarse en una precuela donde los títulos que
preceden ya han contado lo sustancial. Ni
que decir tiene que el 80% del peso de esta película recae sobre los hombros de
Michael Fassbender: impecable. Se come los planos cada vez que entra en escena,
bien sea como el androide Walter, bien como el androide David. Un portento que
eclipsa a todo el elenco en cada plano que aparece.



© Daniel Moscugat, 2017.
® Texto protegido por la propiedad intelectual.
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