Existe un empeño casi
febril entre sus señorías, ministros y ex presidentes todos ellos tiempo ha, de retratarse para
la posteridad en una obra pictórica y ser colgado junto a sus antecesores. Que
la posteridad no les depare soga o patíbulo, sino un lugar en la memoria del
congreso para beneplácito y admiración de los futuros adalides de la
democracia. Si la cosa estribase, como suele ser común entre los mortales, en no
retribuir a los autores de tan magnificas obras, sino que esos trabajos les
sirvan como promoción, tal vez la dignidad del servidor público, por una parte,
y la contribución de la inmortalidad, tanto del nombre del artista como de su
señoría, por la otra, resultarían más que dignas y respetables para el
contribuyente que se hace cargo de las cuitas, y de ese modo hacer entrega de un
amor a la patria que honraría sus respectivas memorias.
En modo alguno quiero que se me entienda que quiero
denigrar o menospreciar el trabajo del artista cotizado, pero si en realidad sus señorías
quieren hacer algo en pos de los artistas españoles que necesiten de un
pequeño impulso en sus carreras, creo que ese sería un buen trampolín. Y este pequeño aspecto lo traigo
ahora aquí porque me cansa tener que soportar (lo he sufrido en mis carnes
innumerables veces) las infames proposiciones por parte de los profetas en los negocios. La maldita expresión “…eso te
servirá para promocionarte” produce arcadas y posteriores vómitos del tamaño
manguera de riego a presión, estilo Monty Python en 'El sentido de la vida'.
Y resulta que cuando oigo
a los listillos de turno emitir aquella frase ignominiosa me viene a la memoria las indecencias
que hemos de tener que pagar todos de nuestros bolsillos, esos magníficos
retratos de sus señorías que lo mismo cuestan 22.000 euros que 220.000, a la
imaginería del ministro y según antojo de la pose y ambientación; ahí tienen a
todo un ex director de la guardia civil -ni siquiera ex ministro- retratándose con medallas de mérito
militar sin serlo, o ese magnífico ex ministro de defensa y ex presidente del congreso defendiendo a capa y espada el sentido suntuoso, solemne y sepulcral del asunto. Bien, parece que me he trabado en las disertaciones, pero
verán al final como todo tiene sentido.
Quisiera comprender lo
que suele ser incomprensible, es decir, qué regla no escrita se ha de seguir y
cómo se regula esa regla no escrita para que un ex ministro o ex presidente decida retratarse,
cómo elegir al artista, qué baremos se
suelen barajar, qué clase de tasación se realiza para calibrar el costo real,
por qué no existe un concurso público de méritos… Y dejaré de parafrasear
cuestiones que nunca van a ser respondidas con claridad. La respuesta es
siempre la misma: la elección es a dedo y el pago es a capricho del autor y
según su caché (¿?). Usted pague y punto, que lo bonito y solemne que quedan los
retratos en las paredes del congreso serán de rechupete. Además, serán cotejadas por las
futuras señorías, historiadores que les visitarán para narrar a posteriori esas
aventuras y desventuras por el estado de derecho, y lo que disfrutarán los más
pequeños de la casa cuando vayan con sus papás a verlos en los días de puertas
abiertas, cuando sus señorías hayan pasado a mejor vida. Pues sí, es esta la intención última… para cuando hayan pasado a mejor vida dejarán su impronta en el templo de la democracia. Una democracia que por
detrimento de sus propias señorías cada día que transcurre viene siendo denostada y vilipendiada,
voluntaria o involuntariamente. Porque este es un país cainita y envidioso, y si
uno roba, todos quieren; del mismo modo que si uno es o se comporta como
un idiota, todos los demás quieren la misma porción de tarta. Culo veo, culo deseo. A algunos se les
nota más que a otros y por eso suelen pillarle con las manos en la mierda, les delata la ambición y esa
avaricia que les envenena.
Y es que esa ambición de ser
retratado para la posteridad va in crescendo a lo largo de los años, hasta el
punto de copar titulares. Este o aquel ex ministro ha colgado su retrato en el
congreso, a este le ha costado setenta y tantos mil euros, a aquel doscientos
mil. Forma parte de lo que supondría el ritual del duelo en vida, el dejar
constancias de la trascendencia del individuo a través del tiempo, de su
cancillería y denuedo en servidumbre al estado. De algo de eso habla “La muerte derrotada: antropología de la muerte y el duelo”, del antropólogo, historiador de religiones y escritor Alfonso María Di Nola. Desgraciadamente descatalogado para el lector, es un ensayo bastante esclarecedor
e interesante que disecciona tanto los distintos ritos según la cultura social
en la que se enclava el hombre, así como los orígenes y sus rituales y supersticiones. Desde el principio de los
tiempos, y en todas los estratos sociales, económicos y períodos del hombre, el
ser humano cumple con una serie de rituales fúnebres como respuesta ante la
pérdida, como duelo por la eterna ausencia, como recordatorio en la memoria
colectiva. Un ritual entre lo religioso y lo supersticioso, porque tal vez la
falta de respeto al extinto enfurezca a las diversas divinidades, quienes maldecirán las vidas de
los que denostan lo sagrado de la vida al final de ella, justo en la despedida o en los prolegómenos hacia otro camino. Entre todos esos
rituales, según la sociedad y costumbres populares del grupo, no sólo el ritual
del duelo se practica una vez el individuo ha fallecido, sino también en las
postrimerías del fatal desenlace, así como en sus efemérides como recuerdo de
su estancia entre los vivos. Para ello incluso se erigen imágenes o símbolos
que se han formado o construido en vida para su recuerdo, reconocimiento,
homenaje o adoración.
La verosimilitud y
auténtico significado de esos retratos (impostados) de sus señorías vienen a
determinar la emulación de todos esos históricos personajes, que mal que bien
pasaron por el congreso o por reinar o gobernar este país. La conciencia les
hace querer imitar la solemnidad de aquellos que admiran o fueron parte de la historia
gloriosa u oscura. Contemplan esos retratos de reyes, gobernantes, clérigos y
otros adalides y les habla la conciencia: “tú también eres parte de la historia
de España”. Y allí que se zambullen en su ritual antropólogo de la muerte, a
cumplir con el deseo de ser recordado por la mirada de posteriores
generaciones y disfrutar en vida todo cuanto aquellos que vendrán a pararse frente a su retrato. Que se les recuerden una vez fenecidos en
esos rituales de duelo que parecen ser las jornadas de puertas abiertas del
congreso, donde niños y mayores se sientan donde se sentaron un tal o un cuál,
y luego podrán verles en esos maravillosos y solemnes retratos, o viceversa.
Que no, que no estoy
denigrando esa impostura, que hasta procede tener sentido ese ejercicio de
egocentrismo patrio, pero no en la formas como ya comenté con anterioridad: la elección a dedo, la cotización a capricho. A falta de cámara
fotográfica las diversas cortes estatales siempre han contado con artistas de contrastada calidad en sus pinceles y ojo
fotográfico para servicio del reino. Obras de un valor artístico incuestionable en su mayoría. Sin embargo, después de Velázquez el sentido del realismo retratado llegó con el daguerrotipo. El realismo pictórico dejó ya de tener
sentido a día de hoy, porque después de aquel genio incomparable ya no hay nada más realista que la propia fotografía.
Pero a día de hoy, con la película en color, y nadando en esta
revolución digital que nos desborda de superchería silícica, y que tan fácil resulta darle un clic a un botón e imprimir un formato de alta
resolución para terminar de enmarcar el producto, me parece una falta de respeto y un
despilfarro económico, que pagamos todos, seguir incurriendo en el decimonónico sinsentido
ritual de duelo del retrato en lienzo para colgar de la "pinacoteca de retratos políticos más importante de España" (habría que decir la única probablemente). Apostar por una bonita fotografía de estudio, imprimir y enmarcar y listo, es la solución definitiva que mediaría en la lógica creativa con los tiempos que corren. Porque si al menos esos retratos tuviesen un miserable valor artístico, este amago de antropología del duelo artístico quedaría en agua de borrajas.

© Daniel Moscugat, 2017.
® Texto protegido por la propiedad intelectual.
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