Mel Gibson o el arte de la epopeya épica.
Así, tal cual. Menudos 130 minutos de película ha firmado el
director de otras tantas épicas cintas ("El hombre sin rostro" -debut
discreto pero grande de un prometedor director que ya apuntaba muy buenas maneras-,
"Braveheart", "La pasión de Cristo" y "Apcalypto").
Desde el inicio ya intuye uno que se avecina una narración épica, con trazos de
narrador consumado al contar las peripecias de un niño que crece en el seno de
una familia bajo la sombra de un padre que sufre la secuela de sobrevivir a la Gran
Guerra como una gran herida en la conciencia. De la pericia narrativa pasa a
montar un gran teatro con la instrucción militar de Desmond Doss, donde
comienza a formarse el embrión dramático de esta impactante y no menos
explosiva historia. Y como colofón, Gibson construye un circo de tres pistas
con la batalla previa a la toma de Okinawa, cuyo prólogo, el acantilado
Rickshaw, resulta sobrecogedor, desgarrador y doloroso. Una epopéya épica,
característica en todas las películas de Gibson y cuya pericia narrativa en
ésta la convierte en un film sobresaliente.

Capta hipnóticamente la atención del espectador desde el
momento en que todo se convierte en una elegía, aludiendo en cierto modo al
espíritu eastwoodiano que es a lo que huele lo premonitorio de la batalla y,
por supuesto, a la batalla misma, que me da en la nariz que va a resultar ser
la batalla más contundente y realista jamás contada en el cine. Al menos que yo
recuerde. Una batalla no recomendable para almas sensibles, porque el realismo
que discurre por los fotogramas de las sucesivas escenas es demoledor, cruento,
salvaje... REAL.
Quiero hacer hincapié en los actores: Andrew Garfield, que a
pesar de no ser de mi devoción, está más que creíble, aunque más le vale
cambiar la horchata que le corre por las venas por sangre de la que sobra en la
batalla. Me ha encantado ver a Hugo Weaving (agente Smith de Matrix, Las
aventuras de Priscila, Reina del desierto, El Señor de los Anillos...) en el
papel de padre borracho, ha estado sobresaliente. Sam Worthington, que ha colmado
la pantalla en sus escuetas apariciones como capitán Glover, más que notable. Y mención muy
especial a un actor encasillado en las comedias románticas, pero que ha sido la
sorpresa de la película para mí, porque me ha parecido la interpretación más
sobresaliente siendo actor de reparto en el papel del sargento Howell: me refiero, como no a Vince Vaughn. Sin despreciar por supuesto a todos esos acompañantes y compañeros de
Desmond Doss que resultan extraordinarios en sus respectivos papeles.

Pido disculpas por adelantado si con esto puedo parecer aventurado, y supone mi
conclusión para esta película (de la que podría escribir páginas sin parar),
pero diría que es uno de los metrajes bélicos más
impresionantes que he visto en mi vida. Tal vez no sea el mejor, pero muy
probablemente sea el más impactante que se ha rodado hasta hoy y desde luego va a calar hondo en las futuras producciones bélicas. A modo de anexo, quisiera acabar con una disertación amable: ahora se asienta en mi entendimiento el porqué Mel Gibson quisiera escaparse durante unos meses por
nuestras tierras andaluzas no hace muchas fechas, entre tascas de buen vino
montañés, migas, campos y chotos; porque sobrevivir a un rodaje de semejante
crudeza da para desconectar, no solo unos meses, tal vez unos años.


© Daniel Moscugat, 2016.
® Texto protegido por la propiedad intelectual.
0 comentarios:
Publicar un comentario